La enigmática presencia de las orcas en Tribugá

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Capítulo V

Temido, pero también admirado, el mayor depredador de los océanos nada de forma esporádica en las aguas del Pacífico colombiano. Aunque cada vez hay más registros de su aparición en el mar chocoano, se sabe muy poco de las razones por las cuales dichos cetáceos llegan a esta área. Los relatos de pobladores locales brindan pistas para resolver las incógnitas.

Una orca solitaria. En mayo de 2022, las aguas del golfo de Tribugá recibieron a este macho que nadaba sin manada. El hecho de que anduviera solitario hizo pensar a los investigadores que se trataba de Phantom, una cetáceo avistado en el Pacífico peruano, y que llamó la atención de la comunidad científica no sólo porque recorre el océano sin familia, sino porque su parche ocular derecho tiene forma de fantasma. De allí su nombre. Al final, no pudo comprobarse si se trataba del mismo individuo. Foto cortesía de Pablo Montoya (Morromico, Nuquí).
—Estoy seguro de que nadie en El Valle ha visto lo que yo vi—, dice Fidel Castro, profesor y operador turístico de unos sesenta años que habita en este corregimiento de Bahía Solano (Chocó), límite norte del golfo de Tribugá. Recuerda con precisión aquel momento y lo describe aún con un dejo de asombro.
Una mañana de agosto de 2012, don Fidel abordó su bote acompañado de diez turistas en busca de ballenas jorobadas. La temporada de avistamiento de yubartas estaba en su punto más próspero y, como es usual en esa región lluviosa, un telón de nubes grises cubría la inmensidad del océano Pacífico. La aventura había comenzado, el viento chocaba contra los rostros de los tripulantes y una que otra gota salada salpicaba a los pasajeros en medio del vaivén de las olas.
Bajo el comando de don Fidel, la lancha partió desde El Valle y navegó durante una hora. Mientras surcaba las aguas impredecibles, la mirada de aquel hombre escrutaba el horizonte tras la pista de alguna ballena que quisiera descubrirse frente a los ojos ansiosos de los turistas. Al llegar cerca de la costa de Juná, situada en la parte norte del corregimiento, emergieron resoplidos sobre la superficie del mar y se asomaron varios dorsos grises. Era un grupo de al menos cinco jorobadas: la madre, su ballenato y, al aparecer, tres machos en competencia por aparearse con la hembra.
Ávido de permitirles a los viajeros una experiencia memorable, el avezado capitán de la embarcación se aproximó lo mayor posible a los cetáceos, con el deseo de apreciar su inmensidad. De repente, una y varias aletas negras y alargadas sorprendieron a todos. Ni siquiera don Fidel comprendía qué estaba ocurriendo. Una manada de diez orcas iniciaba su ataque contra el ballenato. En la superficie, se observaban presurosas las cabezas negras que se asomaban con sus parches oculares blancos inconfundibles. Estos animales abrían sus bocas y mostraban sus filas de dientes, señal inequívoca de que se hallaban en plena faena de alimentación.
Mientras las orcas atacaban desde distintos flancos, intentando disuadir y dispersar a las jorobadas adultas, la madre yubarta y su grupo de escolta daban pelea con golpetazos de las aletas caudales y pectorales, y con movimientos bruscos para defender al ballenato. Ello ocurrió a trescientos metros de la costa.
—Fue una escena impresionante, una batalla campal. Sólo quien vive algo así puede contarlo—, añade don Fidel.
Desesperado, el ballenato buscaba subirse en el dorso de la madre para ponerse a salvo de sus victimarias, pero el esfuerzo del pequeño no parecía suficiente. Las adultas lo rodeaban, intentando crear una barrera entre él y sus depredadoras. Las yubartas hacían sonidos de exaltación con sus espiráculos. También se escucharon los silbidos de las orcas que, como si se tratara de un grupo de asalto, coordinaban su ofensiva con precisión y violencia.
Pasó al menos una hora de lucha y confusión. Las orcas lograron apartar al ballenato de sus protectoras. El agua verdosa se tornó color sangre. Don Fidel, confiesa, se sintió atemorizado. Había presenciado un episodio extraordinario a menos de quince metros de su bote. Los turistas estaban conmovidos. La cría había muerto. Sus primeros contactos con el mundo fueron de una hostilidad descarnada, y ese vínculo tan profundo entre madre e hijo se había roto de forma irreparable.
Ha discurrido más de una década, y don Fidel se aferra al recuerdo de ese día porque, más allá de la crudeza de la escena, sabe que fue testigo de un acontecimiento inédito entre los pobladores de El Valle. Ante sus ojos se había manifestado con claridad esa compleja contradicción entre belleza y crueldad, que es tan propia de la vida en la naturaleza.
—Es muy triste ver que un ballenatico sea devorado, pese a que su madre se esfuerza por protegerlo. No he vuelto a ver una escena así más nunca. Las orcas son depredadores tremendos—, expresa don Fidel, con tono de resignación, pero con la plena comprensión de que la naturaleza es así y no hay que interferir en su curso.
A unos cuarenta kilómetros de El Valle, hacia el sur, se encuentra Jurubirá, poblado que pertenece al municipio de Nuquí. Allí vive Yerson Gonzáles, uno de los pescadores que hacen parte del programa de ciencia comunitaria del corregimiento, quien también ha tenido el privilegio no sólo de ver orcas en el golfo de Tribugá, sino de presenciar otro ataque de una manada de estos cetáceos a un grupo de jorobadas. El desenlace en este caso fue diferente.
Yerson se ha topado con orcas en seis oportunidades durante sus travesías en el océano Pacífico. Según él, que está profundizando en el conocimiento científico sobre los cetáceos, identificar la presencia de esta especie es sencillo porque las aletas dorsales son largas y prominentes, y los visos blancos y negros no permiten equivocaciones. Además, cuando estos mamíferos marinos salen a la superficie, sus resoplidos son más pequeños que los de las ballenas. No obstante, advierte que se requiere de mucha fortuna para encontrarlos. Dice haberlos observado en aguas someras y cercanas a la costa.
El día que este jurubiraseño vio el asedio de una manada de orcas hacia las jorobadas, se encontraba pescando en mar abierto. Se sorprendió al ver la escena porque nunca había atestiguado un ataque de este tipo. El patrón se repitió: las orcas, como si fueran lobos insaciables y astutos, embestían a la madre y a su cría, y las golpeaban turnándose en movimientos coordinados desde todas las direcciones. Yerson relata haber sentido impotencia en aquella jornada. Pronto su frustración devino en alegría: las cinco yubartas que contó lograron repeler a sus depredadoras y el pequeño se salvó.

A las orcas les tengo mucho respeto. Nuestros mayores nos decían que eran fieras, y uno piensa en que si pueden matar a una jorobada, que casi duplica su tamaño, les sería fácil atacarnos el día en que nos vean como una potencial presa. Pero en realidad no sabemos cómo es el comportamiento de la especie con el ser humano en esta zona"

Reflexiona Yerson

Por su lado, Edwin González, pescador que también integra el equipo de investigación comunitaria de cetáceos de Jurubirá, y quien es reconocido con el mote de Happy, acumula largos años de experiencia navegando el golfo de Tribugá. En medio de sus expediciones, ha constatado la presencia de estos mamíferos, en particular entre abril y mayo. Según su testimonio y el de otros pobladores locales, tal especie suele verse con frecuencia en dichos meses, cuando arriban cardúmenes de agallonas que atraen un sinfín de depredadores (desde tiburones ballena, diversas clases de escualos y rorcuales de Bryde hasta delfines) que pueden ser parte del menú de las orcas.
Happy cuenta que, pese a estar toda una vida como capitán y lanchero, nunca ha sido testigo del ataque de estos depredadores a ballenas jorobadas. Aclara que los ha visto nadar en familias pequeñas, de dos o tres individuos. En cualquier caso, prefiere no cruzarse con ellos cada vez que se aventura a una faena de pesca.
—Para qué digo mentiras. Las orcas me infunden temor porque son muy ‘lisas’ (inquietas y desinhibidas). Se acercan con mucha confianza a las lanchas y las persiguen. Aunque la gente diga que sólo están jugando con la estela de los botes, son grandes e intimidantes. No me gusta encontrármelas—, confiesa.

De la anécdota al registro científico

Sobre la presencia de las orcas en el golfo de Tribugá, y en general en el Pacífico colombiano, hay más sospechas que certezas científicas. No existen hasta hoy estudios o investigaciones que den cuenta de la ecología, la ocurrencia, el comportamiento y la distribución de dichos cetáceos en el mar chocoano, o que por lo menos esclarezcan las razones biológicas o ecosistémicas por las que nadan en estas aguas.
La escasa información disponible acerca de las orcas en el golfo proviene de relatos y registros fotográficos (o de video) de pescadores locales y operadores turísticos. Por tanto, los reportes, aunque brindan pistas sobre la presencia de esta especie en dicha área del Pacífico colombiano, no aportan suficientes datos científicos para su comprensión.

«La orca en Tribugá ha sido una especie esquiva para los investigadores. Nosotras nunca las hemos podido ver, pero sí tenemos muchas observaciones de ciencia ciudadana. Este es uno de esos casos en los que toman valor los procesos de ciencia comunitaria porque los pobladores están en relación con el mar todo el tiempo. De esta manera, hay una validación por parte de los científicos occidentales de los conocimientos y prácticas tradicionales. Al final, sólo somos invitados en su territorio», admite Natalia Botero, bióloga y líder de la Fundación Macuáticos Colombia, organización que, desde hace trece años, ha tenido como foco el estudio de los mamíferos marinos de esta región del Chocó biogeográfico y ha contribuido a su conocimiento a escalas locales y regionales.

La orca solitaria desde otra perspectiva. No es habitual que estos cetáceos sean solitarios. De hecho, son seres con un fuerte instinto gregario y su lugar como depredador máximo se sustenta en esas estructuras sociales. Los expertos creen que este tipo de individuos son, casi siempre, machos que dejan sus familias iniciales y están en busca de aparearse. Foto cortesía de Pablo Montoya (Morromico, Nuquí).
Durante el último lustro, los reportes de orcas en el golfo —y en otras áreas del Pacífico colombiano— han aumentado, y ello coincide, según la bióloga de la Fundación Yubarta, Laura Benítez, con el hecho de que gracias al influjo de las nuevas tecnologías las comunidades pueden obtener evidencias tangibles de sus avistamientos y compartirlas con los distintos equipos de investigación científica que trabajan en el territorio. Entonces, los registros de los pobladores locales, que antes no suponían más que anécdotas orales, hoy pueden ser un insumo, un punto de partida, para profundizar en el entendimiento de dichos cetáceos.
El 2 de mayo de 2023, pobladores locales reportaron el ataque de un grupo de orcas a una familia de delfines moteados pantropicales, en el norte de Bahía Solano (golfo de Cupica). Este también constituye un avistamiento inédito en las aguas cálidas y profundas del Chocó colombiano, con lo cual se siguen ensanchando las evidencias testimoniales de que la especie merodea con relativa frecuencia entre las corrientes oceánicas y someras del Pacífico nacional.
Para explicar los rasgos ecológicos y el papel que ocupan dentro del ecosistema del golfo de Tribugá, los científicos han detectado ciertos indicios. En primer lugar, y teniendo como base los reportes de los pescadores y operadores turísticos, se sospecha que las orcas tienen mayor actividad en estas aguas entre agosto y octubre, lo que coincide con la temporada de reproducción y procreación de las ballenas jorobadas. Esta sería una señal de que dichas depredadoras les siguen la pista a las yubartas, en busca de cazar crías, juveniles o animales rezagados.

Hay evidencia científica indirecta de la presencia y la depredación de las orcas hacia las jorobadas en el golfo. Tenemos un registro, de 2016, de un ballenato con rastros de mordeduras. Identificamos una fotografía en la que el lóbulo derecho de una cría de yubarta tiene marcas de dientes de orcas. Ese ataque habrá pasado el mismo o día o pocas horas antes porque no había indicios de cicatrización, era una herida reciente"

Revela Natalia Botero

Pero además, como ya se mencionó, algunos relatos de las comunidades locales sugieren que en abril y mayo también suelen avistarse, pues miles de cardúmenes de sardinas llegan a las aguas del golfo, atraídas por los nutrientes del Pacífico colombiano, y ocurre una explosión de abundancia. En ese escenario, las orcas, por su naturaleza oportunista y su flexibilidad alimenticia, pueden aprovechar la concentración de vertebrados para cazar a las especies que se alimentan de las agallonas, como otros cetáceos, tiburones y peces grandes.
Más allá de estos datos disgregados o hipótesis alrededor de su presencia en el golfo, todavía no se ha logrado consolidar información científica concreta y específica en relación con la biología básica, conductas, diversidad genética, distribución y ocurrencia de las orcas en el mar chocoano.
El único documento científico sobre esta especie en todo el océano Pacífico colombiano fue publicado en 1994. El equipo de trabajo de la bióloga vallecaucana Lilián Flórez, precursora de la investigación de cetáceos en el país y creadora de la Fundación Yubarta, presenció el intento de cacería de una familia de diez orcas (dos machos adultos, cuatro crías y cuatro individuos que posiblemente eran hembras o juveniles) hacia un grupo de tres jorobadas (madre, ballenato y macho escolta) en Gorgona (Cauca). Este suceso ocurrió en el extremo nororiental de la isla, a doce kilómetros de la costa.
La manada de orcas intentó separar al ballenato de su madre con movimientos de distracción y embestidas sobre ella y el macho. Mientras las adultas concentraron su ataque en las yubartas maduras, los juveniles y las hembras pusieron su atención en someter a la cría. Sin embargo, los investigadores perdieron de vista a la pequeña ballena y no lograron determinar si el desenlace de aquella escena fue su muerte, pero dedujeron que el embate de estas depredadoras no tuvo éxito. En cambio, refirieron la probabilidad de que se tratara de una conducta de entrenamiento de caza hacia las orcas más jóvenes.
Al respecto, Laura Benítez, que ha trabajado como investigadora durante más de diez años en esta fundación, sostiene que los avistamientos de orcas en el Pacífico colombiano han sido esporádicos, pero que, para el caso de Gorgona, se ha logrado establecer un catálogo fotográfico de trece individuos identificados, que fueron avistados en las aguas cercanas a la isla.
Orcas en la Gorgona. En noviembre de 2016, mientras un grupo de buzos celebraba en algarabía su encuentro con una hembra y un juvenil en las profundidades de la Isla Ciencia, en la superficie la investigadora Laura Benítez lograba esta imagen: un registro fotográfico de gran valor sobre una especie que se observa de forma esporádica en el Pacífico colombiano. Fotografía de Laura Benítez (Fundación Yubarta).
Con esos antecedentes, los esfuerzos por conocer los rasgos ecológicos de las orcas que llegan al Pacífico nacional se han empezado a profundizar. Un grupo de científicos de México, Costa Rica, Ecuador, Perú y Colombia (entre los que se incluyen Laura Benítez y Natalia Botero), liderados por el biólogo marino Jaime Bolaños, ha recogido información para determinar la distribución de esta especie a lo largo del Pacífico Oriental Tropical. Los seiscientos dos registros obtenidos de cruceros de La Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA), de instituciones de investigación de esos países, así como de reportes de ciencia ciudadana, permitieron inferir que la actividad de dicha especie en el área de estudio es mayor entre agosto y diciembre, aunque sin diferencias significativas en relación con otras temporadas del año.
Según Jaime Bolaños, las orcas del Pacífico Oriental Tropical muestran patrones de distribución similares a las del Caribe. Esto quiere decir que pueden aparecer en todos los meses del año, dados sus hábitos oportunistas en términos de alimentación y su naturaleza errante. De acuerdo con la información que ha logrado recabar de reportes de cruceros de investigación, observadores de fauna marina, instituciones de investigación y ciencia ciudadana, desde 1988 existen más de treinta registros de estos odontocetos en el Pacífico colombiano. Las áreas nacionales en las que se concentran estos avistamientos son los golfos de Tribugá y Cupica, así como la isla Gorgona, que son zonas de influencia de Galápagos, lugar que, en sus profundidades, alberga una abundancia inconmensurable de biodiversidad.
El objetivo de la investigación encabezada por este biólogo marino, y que atañe a varias regiones del Pacífico latinoamericano, es llegar a un punto en el cual sea posible modelar y predecir la distribución de las orcas en dicha zona marítima, además de lograr estudiar la estructura y composición de las manadas. Los hallazgos de esta exploración permitirán analizar los patrones de circulación de tales mamíferos en la extensión del Pacífico tropical y contribuir al conocimiento de los grupos que nadan en las profundidades del golfo. Así lo entiende Laura Benítez.
Por lo pronto, los enigmas sobre las orcas en Tribugá continúan latentes. Una de las inquietudes más constantes es entender qué ecotipos son los que visitan el golfo. Dichos cetáceos se extienden en todos los océanos del planeta y sus características de conducta, alimentación y aun físicas varían de acuerdo con su hábitat.
Pero, ¿qué son los ecotipos? Las poblaciones de orcas se han clasificado en dos grandes grupos: las del hemisferio norte y aquellas que nadan en aguas antárticas. Las primeras se han categorizado, según sus hábitos de distribución, en residentes, transeúntes y oceánicas. Entre las residentes están las familias que parecen asentarse en una misma zona costera durante épocas de verano. Allí cazan, fortalecen sus estructuras sociales y perviven sin alejarse de esa área. Como referencia de este tipo, se hallan las manadas que encontraron su hogar permanente en las aguas gélidas de Alaska, Canadá e incluso Rusia.
Las orcas transeúntes son nómadas y su distribución es más amplia. Su naturaleza es la migración, por lo que recorren extensos trayectos, en grupos de hasta diez individuos. Su aparición en zonas poco comunes suele ser impredecible. Mientras tanto, se ha reportado que las oceánicas nadan en grupos de entre veinte y setenta individuos, en aguas profundas de mar abierto, razón por la cual su avistamiento es inusual y su comprensión es aún limitada.
Además de esa clasificación que se da por sus rasgos de distribución y ocurrencia, se han identificado cuatro clases de estos mamíferos en aguas antárticas, distinguidas a partir de sus características morfológicas (tamaño, patrones de coloración, estructura ósea). Estos ecotipos se nombran como A, B, C y D. Así como su apariencia varía, también lo hacen sus rutinas de alimentación.
De acuerdo con Natalia Botero, el primer paso para determinar el ecotipo de los grupos que surcan las aguas de Tribugá es lograr estudios de fotoidentificación y tomar muestras de tejido con las que se podrán realizar investigaciones genéticas. Cuando ello se haya conseguido se habrá despejado el halo de incógnitas que impide la comprensión de las orcas del golfo.

«Lo interesante de las aguas colombianas es que, por su ubicación ecuatorial en el Pacífico Oriental Tropical, de forma potencial podría contener cualquiera de los ecotipos reportados tanto en el Pacífico norte como en la Antártica, o incluso ambos», complementa Dalia Barragán Barrera, bióloga marina colombiana e investigadora de la Fundación R&E Ocean Community Conservation, que apoya al equipo de investigación comunitaria de cetáceos.

La creciente expansión de procesos de monitoreo de delfines y ballenas en el golfo de Tribugá tal vez permita atisbar que ese anhelo científico por resolver las preguntas sobre la presencia de las orcas en estas aguas está dando pasos paulatinos para consumarse.

Poderosas, sociales e inteligentes

Estudios recientes desarrollados en Sudáfrica han presentado evidencia de un hallazgo sorprendente: los tiburones blancos, quizás el animal más temido de los océanos, huyen o desaparecen de sus áreas frecuentes ante cualquier rastro de orcas. Las costas de False Bay y Gansbaai —ubicadas a cuarenta y cien kilómetros de Ciudad del Cabo— solían ser unos de los santuarios predilectos para estos escualos. Allí merodeaban al acecho de leones marinos que deambulan en las playas, y avistarlos era una actividad usual. Esa situación cambió de imprevisto. Las poblaciones fueron reduciéndose a tal punto que, entre 2019 y 2020, sólo se observó un individuo en veinte meses.
Pronto se descubriría que esta ausencia repentina coincidió con la irrupción de un par de orcas en la zona. De hecho, los científicos hallaron cinco cadáveres de tiburones blancos flotando a merced de las olas, a los cuales les habían diseccionado con precisión quirúrgica el hígado. En la complexión de los escualos sin vida, justo en la parte pectoral, se observaron mordeduras de dichos cetáceos. El resto de los cuerpos estaba intacto.
Se ha descrito que las orcas han aprendido a extraer órganos específicos de sus víctimas. Se sabe, por ejemplo, que al depredar ballenas se concentran en ingerir la lengua. En el caso de los tiburones, buscan el hígado como una rica fuente de grasa. Existen suficientes registros de que estos cetáceos cazan diversas clases de escualos (tigre, toro, ballena), pero, en 2022, investigadores obtuvieron el primer documento fílmico de orcas matando a un gran blanco en Sudáfrica. La técnica para conseguirlo es inquietante y a la vez elocuente de su inteligencia.
Tal y como lo explica Dalia Barragán Barrera, en algún momento de su adaptación y del desarrollo de su compleja capacidad cognitiva, las orcas identificaron el punto débil de los tiburones, que son seres hipersensitivos: en la punta de su cabeza tienen unos órganos llamados ampollas de Lorenzini, con los cuales detectan los impulsos eléctricos de sus presas. Ante un roce o contacto prolongado en esta zona del cuerpo, los escualos reciben tanta carga sensorial que se vuelven sumisos y maleables, fáciles de manipular.
Cuando un tiburón se pone boca arriba entra en estado de trance, casi catátonico, y queda en una situación de absoluta vulnerabilidad. A esa condición se le conoce como inmovilidad tónica. Pues bien, al parecer las orcas reconocen esa fragilidad en los escualos y, al momento de la cacería, embisten a sus víctimas golpeando su cabeza, su vientre y las zonas pectorales hasta lograr girarlo y dejarlo indefenso. De ahí en más, los cetáceos arrancan el hígado y lo devoran a placer.
La evidencia reciente de que los tiburones blancos pueden ser presas potenciales de las orcas no sólo ha zanjado la discusión sobre qué especie está en la cima de la cadena trófica de los océanos, sino que ha corroborado su compleja inteligencia. En efecto, Dalia indica que algunos estudios paleontológicos sobre el megalodón sugieren que, cuando este gran escualo de más de quince metros de largo se extinguió a finales del Plioceno (hace más de dos millones de años), su nicho ecológico fue ocupado por las orcas como gran depredador.
Por tanto, estos cetáceos, que se agrupan en manadas matriarcales, son los depredadores supremos de los mares, y se valen de la fuerza de sus estructuras sociales, de su inteligencia y de su comunicación para someter a especies que los superan en tamaño.

Transmisión cultural

Existe el imaginario erróneo de que las orcas son ballenas. Esa confusión histórica, que no se ha podido desmitificar del todo, tiene sus orígenes en los antiguos barcos balleneros. Los marineros solían presenciar las cacerías de estos cetáceos a grupos de rorcuales. De allí surgió el nombre asesinas de ballenas (whale killers), que ha derivado —tal vez por una degeneración semántica o una traducción equívoca— en el actual ballenas asesinas (killer whales). A partir de ese mote, esta especie se debate entre el temor que genera en las comunidades costeras, su infundada mala reputación y la admiración que causa por su inteligencia, belleza y poder. Nunca ha ocurrido (al menos que se conozca) un ataque fatal de orcas a humanos en la vida silvestre; en cambio sí se han registrado muertes de entrenadores de estos animales cuando están en cautiverio.

Las orcas, en verdad, son odontocetos (cetáceos dentados) y constituyen el miembro más grande de la familia de los delfines (Delphinidae). Como lo sintetiza Dalia, «son delfines que se comen a otros delfines». Los adultos alcanzan hasta diez metros de longitud y diez toneladas de peso. Estos mamíferos presentan dimorfismo sexual, lo cual significa que es posible distinguir entre machos y hembras, mediante la observación de sus características físicas.

En los machos adultos, la aleta dorsal es alargada y puntiaguda, y puede ser más alta que un hombre (dos metros), mientras que en las hembras es falcada o en forma de media luna. El tamaño corporal de los primeros es mayor, mientras las hembras llegan a medir ocho metros y medio. Cuando alcanzan su etapa de madurez (cerca de los trece años), los machos abandonan sus manadas para evitar la endogamia (la reproducción entre miembros de una misma familia) y aparearse fuera de ellas. De esta forma, se garantiza la diversidad genética de la especie. Por supuesto, estas generalidades varían de acuerdo con el ecotipo y el hábitat de los diferentes grupos dispersos por el mundo.
Por otro lado, la creencia popular sostiene que dicha especie es exclusiva de aguas frías. Sin embargo, los reportes confirman que algunos ecotipos se desplazan a placer en zonas tropicales, como es el hipotético caso de las manadas que hacen presencia en el golfo de Tribugá.
El hecho de que estos odontocetos pertenezcan a la familia de los delfines podría ayudar a explicar su naturaleza social y su instinto de curiosidad. Si se describiera a las orcas en una frase concisa y certera, podría decirse que son animales con el aspecto de un oso panda, pero de piel tersa y sin pelo, que habita en el mar; tan voraces como una jauría de lobos; tan grandes como dos hipopótamos adultos formados en fila, y tan inteligentes, curiosos y gregarios como los delfines más pequeños.
Uno de los rasgos inquietantes de la inteligencia de estos odontocetos es su capacidad para transmitir aprendizajes sobre su entorno a las nuevas generaciones. Científicos de diversos puntos del planeta han revelado que las orcas tienen cultura, con toda la carga de complejidad que supone la definición de ese concepto. Se ha revelado que, a pesar de pertenecer a una misma especie, estos cetáceos muestran hábitos de alimentación, sistemas de comunicación y herencia de conductas diferentes según las condiciones ecosistémicas y ecológicas particulares en las que subsisten.
La primera evidencia de esa transferencia cultural se expresa en cómo los hábitos de caza y alimentación pueden ser tan opuestos entre diferentes grupos de tales odontocetos. Como caso paradigmático está el de las orcas de la Patagonia argentina. En la península de Valdés, una familia específica de unos veinte individuos, comandados por la hembra dominante, se ha especializado en una técnica que sólo se ha reportado en esta parte del mundo y en las islas subantárticas Crozet, en el sur del océano Índico. Se trata del varamiento intencional.
La descripción de esta técnica es tan inquietante como asombrosa: las orcas se acercan de forma sigilosa a la costa, inclinándose hacia un costado para no exponer su aleta dorsal sobre la superficie del agua y pasar desapercibidas. Detectan a su víctima, se impulsan con la fuerza de las olas y llegan hasta la arena para encallar y emboscar a lobos marinos (o elefantes marinos jóvenes) que reposan incautos en la bahía. A riesgo de quedar varados y morir deshidratados, los cetáceos toman el botín entre su boca y lo sacuden con violencia, mientras dan saltos intentando volver al mar. Hay registros fílmicos de cómo las hembras experimentadas entrenan a los individuos jóvenes en ese arte que dicha manada ha transferido y perfeccionado de generación en generación.
Más hacia el sur, en la Antártida, se encuentra un grupo de orcas del ecotipo B. Estos individuos son pequeños en relación con las otras variedades de la especie, pero el peculiar parche blanco que esconde sus ojos es de mayor tamaño. Además, sobre sus colores blancos y negros resalta un tono entre amarillento y verdoso, causado por una clase de alga que se esparce en estas aguas gélidas y se adhiere a su piel. Las técnicas de caza de tales cetáceos no son menos extraordinarias.
Estas orcas nadan entre los fragmentos de hielo que flotan en la superficie del océano Antártico, en busca de focas cangrejeras que descansan sobre los témpanos. Una vez identifican su objetivo, parece que los cetáceos danzan: sumergen y sacan sus cabezas una y otra vez para ver lo que se halla arriba del hielo. Es como si, a partir de la cadencia de sus movimientos, calcularan cada paso de su ataque. Entonces, en una muestra de cooperación, coordinación, inteligencia y sincronía poco usuales en la naturaleza, la manada se comunica mediante vocalizaciones, se abalanza hacia la plataforma congelada y crea olas con las cuales empuja a la víctima hasta que cae al agua y queda a merced de sus depredadoras.
Así como estos dos grupos de orcas tienen sus propios patrones de caza y alimentación, otras poblaciones han forjado sus hábitos, que son transmitidos con la enseñanza de los individuos maduros a los juveniles. Una familia distinta del ecotipo B se especializa en atrapar pingüinos, también en la Antártida. En el Ártico, se han visto orcas capturando narvales y belugas. En Alaska, la manada de residentes persigue salmones. En Nueva Zelanda, se concentran en comer rayas. Mientras tanto, entre los grupos transeúntes y oceánicos hay preferencia por presas de mayor tamaño, como ballenas, delfines, focas, leones marinos y tiburones.
Pero esta dinámica de herencia cultural ocurre también en la escala de sus sistemas de comunicación. Las orcas emiten sonidos de ecolocación para encontrar alimento y, valga la expresión, hablar entre ellas. La evidencia descrita por diversos grupos de científicos sugiere que los tonos y las frecuencias de estas vocalizaciones son diferentes en las diversas poblaciones que se extienden en todo el mundo. Es como si cada familia creara su propio lenguaje, y ese lenguaje perdurara en el tiempo. Ello constituye otra muestra de la complejidad excepcional de esta especie.
En todo el entramado de transferencia de aprendizajes, las abuelas tienen un rol de mentoras: son ellas, las matriarcas, quienes se ocupan de la crianza de las orcas más jóvenes y de que asimilen los secretos esenciales para su supervivencia en el océano. Esta clase de vínculo profundo entre miembros de una misma familia deriva en herencia cultural, que es una característica inusual en la naturaleza, sólo documentada en elefantes y en algunas especies de primates (incluido el humano).
Las orcas son las emperatrices de los océanos, y su presencia causa fascinación entre los humanos. Sus interacciones con el hombre en la vida silvestre, salvo en casos inusuales, parecen estar lejanas de cualquier asomo de hostilidad. Por el contrario, existe la percepción de que ellas sienten curiosidad, incluso empatía, al acercarse a un bote o a un grupo de buceadores que se sumergen en sus aguas.

Pese a todo este contexto, desde mayo de 2020 se ha reportado un comportamiento extraño de una familia de quince orcas en el estrecho de Gibraltar. El caso ha tomado resonancia y genera discusión entre la comunidad de expertos. Allí, cerca de las costas ibéricas, una manada ha atacado a doce lanchas y ha propiciado el hundimiento de tres embarcaciones. Lo que causa curiosidad es que el patrón de agresión se repite: los odontocetos embisten el timón de los botes hasta averiarlo. Una vez roto, se alejan y pierden el interés. Al parecer esta conducta insólita tuvo un punto de origen y a una protagonista en especial: una orca a la que los científicos han llamado Gladis blanca.

Los biólogos marinos han planteado la hipótesis de que Gladis sufrió un evento traumático de agonía durante el encuentro con un velero que tenía líneas de pesca en la popa, y que a partir de ese momento se ha desencadenado esta serie de ataques. Aunque aún no está claro que haya un intento de enseñarles a los otros miembros de la familia a estropear las lanchas —es decir, que exista un rasgo de transmisión cultural— (algunos expertos creen que sí), las demás orcas han imitado ese comportamiento, y hoy ya no hay una Gladis, sino toda una manada que muestra una actitud defensiva u hostil ante la presencia de embarcaciones. Esta conducta, sin embargo, sólo ha sido documentada en esta población de dichos odontocetos, y los científicos enfatizan que es en extremo inusual.
Aunque son imponentes, estos cetáceos se enfrentan a diversas amenazas que provienen de actividades humanas, y pueden alterar su rol esencial como máximos depredadores y guardianes del equilibrio natural de los océanos. El cambio climático puede causar impactos en sus patrones de migración y en la búsqueda de alimento. Muchas orcas caen de forma incidental en mallas de pesca o mueren por malas prácticas de los barcos industriales. La contaminación acústica puede desorientarlas y provocar varamientos. La alteración química de los mares, por el vertimiento de residuos, puede originar enfermedades fatales, y la caza directa, que aún se practica en algunas regiones del mundo, puede disminuir poblaciones específicas.

De acuerdo con los datos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), las orcas están en la categoría de datos insuficientes, lo que ratifica el hecho de que no se ha logrado establecer la densidad poblacional de dicha especie. En el contexto nacional, se halla protegida por el decreto 1608 de 1978, que reglamenta la preservación de la fauna silvestre. El Libro Rojo de los Mamíferos de Colombia, publicado en 2006, clasifica a tales odontocetos como casi amenazados, y menciona el riesgo de que, como consecuencia del terror que infunden entre ciertas comunidades humanas, haya intentos de eliminarlos.

Los pobladores y pescadores de Tribugá todavía hablan sobre el temor que despierta en ellos la presencia de las orcas. Ante ese panorama, los procesos de educación ambiental y ciencia comunitaria que se despliegan en el territorio han avivado la conciencia de que cada especie que coexiste dentro de sus ecosistemas es imprescindible para la conservación.
En las orcas se expresa una ambivalencia profunda entre poder y carisma, habita una contradicción entre letalidad y belleza. Comprender las razones por las que, de forma esporádica, custodian las aguas de Tribugá será un primer paso para desmitificar su mala reputación. Tal vez de esta manera, algún día, se asimile la fortuna de apreciar a las amas y señoras del océano surcando a sus anchas el oleaje del golfo.

Autor

Felipe Gaitán

Felipe Gaitán García

Periodista científico

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