Una aleta extraña en Tribugá

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Capítulo III

Los pescadores científicos de Jurubirá, de la mano de biólogos y voluntarios, registraron la presencia de una especie hasta hace poco inédita en el golfo de Tribugá, y describieron su interacción, aún más inusual, con un grupo de jorobadas.

¿Qué clase de ballena es esa?, se preguntaban los pescadores, que nunca habían visto a una especie con estas características nadando por estas aguas. La escena se hizo más extraordinaria cuando descubrieron que las yubartas estaban cerca de ella. ¿Qué significaba? Las investigadoras reportaron hallazgos valiosos. Fotografía de Ashley Moss (voluntaria de la Fundación R&E Ocean Community Conservation).

8:05 a.m. Una ballena jorobada (Megaptera novaeangliae) nada junto a su cría en las aguas del golfo de Tribugá, con dirección al sur del Pacífico. Dos de los pescadores —Antonio y Happy— que integran el proyecto de ciencia comunitaria de Jurubirá están a bordo de su lancha para realizar un monitoreo de cetáceos. Junto a ellos se hallan Ann Carole Vallejo, líder e investigadora de la Fundación R&E Ocean Community Conservation, y voluntarios de la misma organización (Ashley Moss, Santiago Aristizábal y Sara Castano). Los tripulantes observan un par de resoplidos en el horizonte, se desvían de su trayecto inicial y se acercan a cincuenta metros de los dos mamíferos marinos.

8:09 a.m. Ambas ballenas se sumergen en las profundidades del océano y dos minutos después regresan a la superficie. El bote sigue a los cetáceos y los tripulantes se guían por los soplos continuos que brotan cada vez que las yubartas salen a respirar.

8:13 a.m. Las jorobadas actúan de forma inusual. La adulta hace golpeteos con su cola (aleta caudal) y la cría imita los movimientos de su madre. Lucen incómodas y estresadas, tanto que los navegantes plantean que es por la presencia del bote.

8:23 a.m. De repente, una aleta dorsal poco común corta las olas y nada a cincuenta metros de las dos jorobadas. Por la apariencia falcada (en forma de media luna y triangular) de aquella aleta, Happy, el capitán de la lancha, cree que es un calderón —también llamado ballena piloto— (Globicephala macrorhynchus) y toma las coordenadas del avistamiento en su dispositivo de geolocalización. Ello ocurre a nueve kilómetros de la costa de Tribugá. Antonio, por su parte, piensa que es una cría de yubarta. Al acercarse, el grupo de tripulantes advierte que se trata de una especie inédita en esta zona del Pacífico colombiano.

La aparición súbita de aquella aleta que se asemeja a la de un delfín, pero que sobresale en un cuerpo gigante de ballena, inquieta a la tripulación. La sorpresa es todavía mayor cuando se percatan de que este individuo aún no identificado parece perturbar a la madre yubarta y su ballenato. Las jorobadas se desvían de su ruta inicial y es entonces cuando los investigadores comprenden que la incomodidad de la hembra y su cría proviene de la presencia del cetáceo desconocido.
En principio, esa aleta dorsal pequeña, que sobresale en el cuerpo enorme de la ballena, podría pertenecer a varias especies de rorcuales con esa misma característica. Pronto las investigadoras identificarían un rasgo clave que daría respuesta a las incógnitas. Fotografía de Ashley Moss (voluntaria de la Fundación R&E Ocean Community Conservation).
Durante trece minutos, la madre y el pequeño nadan alrededor de la ballena misteriosa, que aparenta seguirles el juego de rodeo. Los resoplidos de las yubartas surcan en la superficie y causan una suerte de concierto de espiraciones. Bufidos y sonidos de exaltación brotan desde los espiráculos (orificios por los que respiran) de ambas. El equipo de investigadores y voluntarios, mientras tanto, toma nota de esta insólita exhibición y hace registros fotográficos y de video para lograr la identificación de una especie que es nueva para ellos.
—¿Qué está pasando aquí?—, se pregunta Happy. Dice estar preocupado porque las yubartas están estresadas y pueden golpear la lancha en un impulso defensivo. —Aunque eso nunca ha ocurrido—, se responde a sí mismo.

8:36 a.m. De imprevisto, un cuarto protagonista irrumpe en la escena: se trata de una ballena jorobada macho. Es como si el nuevo personaje del relato hubiera atendido a un canto de auxilio de la madre, en busca de proteger a su cría. Su llegada es agresiva: estrella las largas aletas pectorales, que parecen brazos y son tan propias de esta especie, contra la superficie. Bate su cola de arriba a abajo para expresar fuerza y hostilidad. Se sumerge, resopla y vuelve al ritual de violencia. El agua se sacude y, entre los chapoteos, el cuadro de imágenes se torna más confuso. La hembra y el ballenato se alejan del área. Dejan que el recién entrado en la contienda se haga cargo de la amenaza.

Por un momento, el macho nada justo detrás del cetáceo no identificado. Da la sensación de que lo persigue y se observa a diez metros de alcanzarlo. Luego, ambos mamíferos bucean en paralelo. Se percibe un comportamiento de antagonismo: la jorobada sigue expresando hostilidad, mientras la ballena misteriosa sólo continúa su rumbo. Después de diez minutos de medir intenciones con el defensor de la madre y su cría, el mamífero de la aleta extraña desiste de perseguir a las yubartas, que retoman su ruta. El animal inusitado se sumerge y no vuelve a aparecer en el paisaje.
No es usual que se registren dos especies de ballenas barbadas interactuando. Ese tipo de comportamientos es más común entre delfines y rorcuales. Al observarlas nadando una al lado de la otra (a la izquierda la ballena de Bryde y a la derecha la yubarta), las investigadoras describieron que había una conducta de antagonismo, de actitud defensiva, por parte de la jorobada. Fotografía de Ashley Moss (voluntaria de la Fundación R&E Ocean Community Conservation).
Tras media hora de interacción entre ambas especies, los tripulantes se retiran de la escena sin comprender lo que habían presenciado y sin identificar aún al cetáceo desconocido. ¿Qué clase de ballena es esa? ¿Qué hubo en las honduras de ese contacto de las jorobadas y el animal de la aleta inusual?
—No sabíamos qué era. Tomamos fotos para luego ir a los libros e identificarla, y consultamos con las expertas—, explica Antonio.

Al revisar las fotografías que obtuvo la voluntaria Ashley Moss de aquel avistamiento, las biólogas marinas que lideran el equipo de ciencia comunitaria, Dalia Barragán Barrera, Ann Carole Vallejo, Jennifer Bachmann y Nohelia Farías Curtidor, pudieron hacer el proceso de identificación y establecieron que se trató de una ballena de Bryde o rorcual tropical (Balaenoptera edeni) (se les llama rorcuales a aquellas especies de ballenas que, cuando abren la boca para alimentarse, expanden o inflan su garganta, por lo cual los surcos blancos de la parte inferior se tornan de color rosa, dada la sangre que se irriga al ensanchar la piel).

En 2017, las biólogas Natalia Botero y Nohelia Farías Curtidor, en el contexto de una expedición de la Fundación Macuáticos Colombia, habían observado por primera vez a esta clase de rorcual en el golfo, durante un monitoreo de pequeños cetáceos realizado entre abril y mayo. Sin embargo, de aquel avistamiento no se publicó un reporte que diera cuenta de los datos obtenidos.

Por tanto, sin dimensionarlo, el equipo de R&E había logrado el primer registro científico de la ballena de Bryde en las aguas del golfo de Tribugá, y además había sido testigo de una interacción extraordinaria, nunca antes vista en esta zona del Pacífico nacional, de dos tipos de cetáceos barbados (misticetos) diferentes.

La imagen de la aleta en forma de media luna constituyó una pista esencial en el reconocimiento del cetáceo. Sin embargo, otras especies de misticetos —como las ballenas Sei (Balaenoptera borealis), de aleta (Balaenoptera physalus) o la de Minke (Balaenoptera acutorostrata), que ya se han reportado en el Pacífico colombiano— presentan la misma característica. El detalle definitivo que permitió determinar qué tipo de mamífero marino avistaron fue la existencia de una fotografía en la cual pudo observarse la cabeza del gigante. En aquel retrato, las investigadoras lograron apreciar tres crestas paralelas que se extendían desde el espiráculo hasta la punta del hocico, un rasgo único de la ballena de Bryde.

En los últimos años los avistamientos de la ballena de Bryde en el golfo de Tribugá han aumentado, pero son esquivas, solitarias y misteriosas, por lo que aún no se sabe mucho sobre ellas. Se sospecha que aparecen con mayor frecuencia en estas aguas entre abril y mayo, cuando persiguen cardúmenes de sardinas. Fotografía de Ashley Moss (voluntaria de la Fundación R&E Ocean Community Conservation).
A diferencia de la yubarta —que también es un rorcual y es el cetáceo más estudiado del país—, el conocimiento sobre la ballena de Bryde en el mundo es escaso. Si se habla de aspectos físicos, el tamaño de ambas especies es semejante (entre once y quince metros de longitud en promedio de las dos variedades de misticeto) y su peso es similar (de veinticinco a treinta toneladas en las yubartas y veinte en las de Bryde). La distinción de mayor prominencia, más allá de la forma de sus aletas dorsales, es que mientras las jorobadas son robustas, las de Bryde parecen tener un cuerpo esbelto y ligero. Otra característica que las aleja son sus aletas pectorales. Las yubartas presentan brazos anchos, de hasta tres metros de largo, y los rorcuales tropicales cuentan con extremidades delgadas y puntiagudas que apenas ocupan una décima parte de su cuerpo.
Pero además a estas especies las separan sus dinámicas sociales y conductas. Las ballenas de Bryde, según las investigadoras, son solitarias (salvo en temporadas de reproducción o crianza), esquivas y su comportamiento en las profundidades está aún envuelto en misterio. Las jorobadas, en cambio, son explícitas al exponer sus hábitos, activas en la superficie y en áreas de reproducción suelen agruparse cuando hay una competencia de machos que escoltan a una hembra a fin de aparearse. De igual forma, las yubartas muestran patrones migratorios claros, mientras que acerca de la distribución y ocurrencia del rorcual tropical existen limitados datos científicos para Colombia.
En síntesis, se sabe que la ballena de Bryde —que fue descrita en 1913 y, de forma paradójica, debe su nombre a John Bryde, precursor de la industria de caza de ballenas en Sudáfrica— es cosmopolita (quiere decir que habita en los distintos océanos del mundo), pero tiende a mostrar un patrón migratorio hacia la zona ecuatorial en invierno y hacia altas latitudes en verano. Sin embargo, en general, prefiere las aguas tropicales o subtropicales, con temperaturas mayores a dieciséis grados centígrados, en busca de arenque y peces pequeños que filtra con sus barbas. Su presencia se ha reportado tanto en áreas costeras como en puntos oceánicos.
Aunque el caso de este relato constituye el primer registro científico en el golfo de Tribugá, dicha especie ya había sido documentada en otras zonas del Pacífico colombiano y en el Caribe. Por su predilección hacia los mares cálidos, está extendida en toda Sudamérica. No obstante, es su carácter huidizo y silencioso, explican las biólogas, lo que supone una barrera para detectarlas y entender sus conductas, su ecología y su uso del hábitat.
Al respecto, Dalia Barragán Barrera plantea la posibilidad de que esta especie sea una visitante asidua, no sólo del golfo sino del Pacífico colombiano en general. Lo que sucede, según ella, es que en el país el esfuerzo de muestreo para investigación sobre cetáceos ha sido muy limitado. «A pesar de que no hay tantos registros, las ballenas de Bryde pueden estar en nuestras aguas todo el tiempo. Tribugá es una zona profunda y de potencial para ver vertebrados o megavetebrados como delfines, ballenas y tiburones, animales que solían pasar desapercibidos porque no existían monitoreos constantes», aclara.

De acuerdo con las categorías de amenaza de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), este misticeto se halla en estado de preocupación menor, pero no se ha logrado establecer su abundancia poblacional. Así mismo, en El libro rojo de los mamíferos de Colombia, publicado en 2006, ni siquiera se menciona la presencia de dicha especie dentro la diversidad marina en riesgo del país. El Plan Nacional de Acción para la Conservación de los Mamíferos Acuáticos de Colombia 2022-2035, del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, retoma estos mismos datos, con lo cual no se sabe con certeza su clasificación de amenaza en el contexto nacional. Esto brinda una dimensión para entender qué tan desconocido es dicho tipo de ballena en la comunidad de mastozoólogos (expertos en mamíferos) del territorio colombiano.

Dalia reafirma que desarrollar procesos de ciencia ciudadana o comunitaria ha sido una gran ventaja porque ha permitido que la investigación se esté expandiendo. Aquel avistamiento de la primera ballena de Bryde registrada de forma científica en el golfo de Tribugá ocurrió el 28 de julio de 2021, justo en el inicio de la temporada de reproducción de las jorobadas, que viajan desde las aguas gélidas del sur hasta arribar a áreas tropicales para dar a luz y aparearse.

Un año después, la Fundación Macuáticos Colombia reportó la presencia de dos individuos más de dicha especie, luego de realizar sus monitoreos periódicos de mamíferos marinos en la misma zona. Por esa época, la agencia de turismo ecológico y científico, Madre Agua Colombia, también documentó dos rorcuales tropicales en el golfo de Cupica, área vecina del Parque Nacional Natural Utría y de Tribugá.

En marzo de 2023, el operador turístico local Víctor Quintero registró por primera vez a una ballena de Bryde alimentándose de peces en las aguas del golfo de Tribugá. El cetáceo salió a la superficie, expandió sus pliegues gulares y filtró con sus barbas una centena de agallonas (sardinas) que daban saltos para intentar escapar. El frenesí, según el relato recogido por la Fundación Macuáticos Colombia, se consumó con la llegada de delfines tornillo, tiburones, atunes y aves marinas que se saciaron con el cardumen hecho banquete. Estos antecedentes recientes parecen corroborar la hipótesis de que el rorcual tropical es un habitante silencioso de las profundidades de esta prolífica región del Pacífico.

Imagen de Dalia Barragán

Antes no existía un enlace entre ciencia y comunidad. Ahora hay una sinergia de los investigadores con los pobladores locales. Tanto la gente como los centros de buceo y agencias de turismo están reportando lo que ven. Ellos salen al mar todo el tiempo y son capaces de registrar muchas cosas importantes. No creo que estén llegando más ballenas de Bryde al golfo, sino que se están realizando más monitoreos y mayores esfuerzos de observación. Por eso estamos teniendo cada vez más registros"

Señala Barragán Barrera

Ahora bien, si el hecho de haber documentado por primera vez la presencia de esta ballena en el golfo de Tribugá constituye una novedad científica en sí misma, registrar de forma simultánea su interacción con las yubartas es, en el criterio de las biólogas marinas, un suceso de enorme valor en la comprensión de la especie y de los comportamientos de las jorobadas durante los contactos cercanos con otras clases de cetáceos.

Existe suficiente evidencia científica de diferentes interacciones entre especies de cetáceos a lo largo y ancho del planeta. En efecto, se ha documentado que, por ejemplo, delfines y ballenas pueden encontrarse en frenesís alimenticios en los que cooperan para arrinconar en la superficie marina cardúmenes de sardinas o arenque y beneficiarse de forma mutua. También se han reportado casos en los cuales ballenas y delfines bucean juntos, y otros en los que se describen comportamientos de interacciones sociales entre especímenes. Como lo relatan las investigadoras, esta clase de contactos suele observarse entre odontocetos (cetáceos con dientes) y misticetos, pero es menos usual entre dos especies distintas de ballenas barbadas.

Para tratar de entender el encuentro del rorcual de Bryde con las yubartas, las investigadoras aludieron antecedentes acaecidos en Hawái, Noruega, Puerto Rico y Estados Unidos. En esos reportes, se relataron momentos de interacciones de ballenas jorobadas con delfines clymene (Stenella clymene), cabeza de melón (Peponocephala electra), nariz de botella (Tursiops truncatus), de dientes rugosos (Steno bredanensis), moteados pantropicales (Stenella attenuata), calderones y orcas (Orcinus orca). La particularidad de estos encuentros es que todos fueron con odontocetos.

Durante 2000 y 2003, en Brasil, científicos locales narraron que jorobadas, en plena temporada de reproducción, interactuaron con una ballena de Minke, especie reconocida por ser la más pequeña entre los rorcuales (cerca de nueve metros de longitud). Ello sucedió en el estado de Bahía. Contrario a lo develado en el golfo de Tribugá, se reportó que los dos tipos de misticetos nadaron juntos, sin demostrar alguna señal de agresión.
En el caso de los encuentros de cetáceos barbados —en particular de jorobadas— y orcas, la mayoría son interacciones de depredación. Es conocido entre los expertos que algunos grupos de las llamadas de forma equívoca ballenas asesinas (en realidad las orcas no son ballenas, sino que pertenecen a la familia de los delfines) cazan mamíferos marinos, entre ellos, crías de yubartas. En la isla Gorgona, durante septiembre de 1991, se registró el ataque de una manada de estos odontocetos a una madre, su ballenato y un macho escolta.
Como rasgo singular, y que llama la atención de las investigadoras, en aquella ocasión los científicos reportaron que las jorobadas demostraron un comportamiento similar al descrito en Tribugá: bufidos, movimientos erráticos, respiraciones exaltadas, revoloteos, golpetazos de las aletas caudal y pectorales, además de agitaciones de la cabeza. Estos patrones constituyen lo que en el estudio de mamíferos acuáticos se denomina conducta de antagonismo, que se traduce en hostilidad y actitud defensiva.
Al sentir la presencia de la ballena de Bryde, las jorobadas dieron cambios de dirección abruptos, batieron sus aletas, tomaron largos respiros sobre la superficie, emitieron sonidos de agitación con su espiráculo y chocaron sus colas con el agua antes de zambullirse en las profundidades. En específico, fue el macho escolta el que expresó mayor hostilidad durante el encuentro y pareció mostrar una actitud defensiva o de distracción para mantener a salvo al ballenato. Por tanto, las investigadoras plantearon la hipótesis de que el comportamiento de las yubartas develó patrones de antagonismo.
Imagen de Dalia Barragán

Interpretar estas conductas es difícil. Por lo general, las madres siempre están seguidas por grupos de competencia de varios machos que buscan aparearse y pueden exhibir agresividad. De paso, fungen de protectores de ella y su ballenato. En este caso, el que mostró una actitud de antagonismo o acoso más notoria hacia el extraño fue el escolta"

Concluye Dalia

Mientras tanto, tal y como lo refiere el artículo científico que describe estos hechos, el cual fue publicado en noviembre de 2022 en la revista más antigua de la comunidad de mastozoólogos acuáticos, Aquatic Mammals, y en el que los tres pescadores firman como coautores, la ballena de Bryde no demostró comportamientos significativos sobre la superficie marina. Emergió nada más que para tomar oxígeno, merodeó en contadas ocasiones alrededor de los otros cetáceos y volvió a adentrarse en el mar, por lo que las biólogas dedujeron que la conducta de agresividad provino de las yubartas. En cualquier contexto, desde la perspectiva de las investigadoras, estos avistamientos de ocurrencia e interacción entre especímenes diferentes (interespecífica) son una contribución del proceso de ciencia comunitaria al anhelo de cerrar las brechas en el conocimiento sobre estos mamíferos acuáticos en el país.

De momento, el golfo de Tribugá sigue siendo un telón de incógnitas para la investigación sobre cetáceos. Cada año, entre abril y mayo, con el arribo de las agallonas a estas corrientes cálidas, llegan también variedades de delfines y ballenas que encuentran allí un oasis de alimentación. En medio de esa bonanza natural, se abre un manto inabarcable de posibilidades de observar interacciones, escenas y especies inéditas.

El hallazgo del rorcual de Bryde en estas aguas es apenas un ápice de la abundancia que allí brota. Otras clases de misticetos inusuales en la zona, como la ballena azul (Balaenoptera musculus) —el ser más grande que haya habitado el planeta—, la Sei, la de Minke y la de aleta, ya fueron reportadas con anterioridad. Bajo los abismos insondables de agua que yacen en el Pacífico colombiano aún hay secretos ocultos, y cada exploración que comience, a partir de la unión entre biólogos y científicos comunitarios, es una oportunidad para develarlos.

Autor

Felipe Gaitán

Felipe Gaitán García

Periodista científico

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